4/18/2013

El objeto de mi afecto


El afecto es una necesidad primaria del ser humano, se suele encontrar en asiduidad con la familia, los amigos o esa persona especial con la que se pretende hacer una vida. A menudo con algún cómplice peludo e incluso con el verdor de un cultivo.

El amor a un objeto es más complicado de discernir, quizás si  sucede está implícito un vinculo emocional tan fuerte como puede ser un lazo sanguíneo. Aquél prendedor de la abuela, ese objeto de fe heredado o un parche de edredón bordado por generaciones.

"Ella" se aferro a "eso" como nunca nadie a nada, su vida devastada la construía ahora desde pedazos. Y enfocó sus fuerzas en ese trozo de organza, raso y tafeta en blanco mate inmaculado. Elegante y detallado, en cortes asimétricos y capas superpuestas.

Después de la traición de él y exponerse a todo y todos, en la sociedad provincial que enjuicia, valora y arbitrariamente decreta. No quedó más remedio que dejarlo atrás. Salir del infierno grande y lo que conlleva con solo la venerable bendición de la madre.

Atrás quedaron amigos de 20 años, un millón de pesos en una fiesta cancelada y el trabajo ideal que el edil prometió "regalarle". Eso sí, la integridad intacta y el orgullo a cuestas.

Para terminar pronto no quiso llevarse ni el "Escarabajo" azul pastel que recibió en su graduación, le acarreaba muchos recuerdos de lo que (no) hacían en el asiento posterior.

"¡Se los dejo todo! No quiero nada que me recuerde esta monserga". Dijo, al tiempo que arrancaba el destartalado Safari amarillo huevo que consiguió de su mejor amigo por un precio meramente simbólico.

Cinco años después ha logrado establecerse en la ciudad. Su buena percha, profesionalismo y sobre todo carisma le abrieron suficientes puertas para primero compartir algún piso y ahora un poco más.

Yo la conocí hace un par de años y antes de que me confesara esta historia y siempre me pregunté que carajos hablaba con cada valet cuando estacionábamos el auto. Esa carcacha que lavamos por dentro de un manguerazo y a la que nunca le cambió el aceite.

Obvió que he notado en la cajuela la caja de cartón corrugado envuelta en una bolsa plástica roja, pero las veces que pregunté recibí un par de muecas adustas. 

Un día cuando salimos a la playa y requeríamos espacio su vecina la sacó súbitamente y sugirió llevarla arriba. "¡Suelta eso güey no mames!". Ella no volvió a decir nada las cuatro horas de carretera.

Hoy la comprendo y la entiendo. Hoy lo tengo más claro que nunca. No quería joder su vida nueva con lo único que trajo de la vieja. No quería contaminar su aire con un recuerdo asfixiante. No quería llorar en ese closet cada que la vida se endureciera. No al menos hasta sentirse lista.

El vestido resalta su silueta. Es ajustado, ciñe su cintura y abraza delicadamente sus finos dotes. Dibuja en su espalda un escote elegante y sutil con un borde aperlado. Sus piernas pasean curiosas entre las asimetrías de un laminado de texturas que se extiende un par de metros.

Hoy luce incomensurable, estoy atónito. No soy el único, el resto de los presentes escoltan su belleza por el pasillo con el temor de un parpadeo. El maletero del Safari era perfecto. El objeto de mi afecto, ella y eso...el de ella.