Una serie de dígitos
alfanuméricos adosados a una calle y concebidos para facilitar la entrega de
correos, fragmentaron en trozos diminutos el mundo. Fronteras sin vallas, controles sin pasaporte y
aduanas sin declaraciones fiscales determinan hoy más destinos que
domicilios.
El propósito de aquél concepto
cuantitativo de entrega quedó obsoleto. Hoy se envían más correos electrónicos en una hora en Nueva York que
tarjetas postales durante una semana en el mundo. Lo que determinan hoy esas
cifras resulta mucho más complejo.
Su influencia no solo abarca el
suministro de servicios básicos y los precios de cotización de un inmueble. Alcanza temas menos
perceptibles, pero trascendentales para el desarrollo de las comunidades como la
calidad de servicios de emergencia o el nivel educativo que puede alcanzar un
individuo.
Religión, deporte, sexo, civismo,
trabajo y el acceso a la información esta predeterminado por el lugar donde vivían
nuestros padres cuando llegamos al mundo. La vida se valora de acuerdo a la
trascendencia globalizada tácita en una clave que fue ideada como sistema de control en los años treinta.
Newton y su principio y de acción
y reacción han quedado caducos en un mundo en el que resulta más trascendental
para la opinión pública la muerte
de la “libertad de expresión” en los barrios parisinos, que la limpieza étnica
en el noreste de Nigeria.
Cualquier cosa divulgada sobre
México en el 20500 de Washington DC tiene más repercusión en el país que lo que ocurra en 39181 de Ayotzinapa pese a que este último
se encuentra a solo dos horas de
la capital mexicana.
Mientras el mundo “occidental y
libre” condena el brutal asesinato de un policía musulmán en una acera, condona sin
reservas la implícita obscena, ramplona e intolerante ideología racista que disfrazada como sátira, mancilla principios básicos de humanidad cada miércoles.
Si se califica de “carnicería terrorista” lo
ocurrido en el 75012 de París, no hay concepto para definir las barbaries del
600215 de Maiduguri o la ocurrida en el 02305 de
Sanhan.
Celebro la crítica social a los crímenes atroces en cualquier parte del mundo, pero no puedo dejar de juzgar la
frivolidad de un esquema
sistematizado en la que se determina la importancia de una vida por un código
postal.