Roma y Constantinopla fundamentos
del mundo civilizado que estructuraron la base de la democracia, la lengua y el
derecho entendían aquello ajeno a sus formas como barbarie, cualquier cultura
que no se expresara en latín equivalía a una sociedad primitiva.
También fue en Roma donde la
espectacularización de sus hazañas bélicas, comenzó a representarse en teatros
o circos para dar a conocer al pueblo versiones favorables de hombres
transformados en guerreros, guerreros elevados a héroes y héroes convertidos en
mitos.
Pierre de Coubertin hace dos
siglos como buen pedagogo encontró en dicha espectacularización una forma
sensata y pacífica de confrontar naciones utilizando a “paladines y campeones”
en justas deportivas.
Pero fueron los británicos
quienes comenzaron con los principios de identidad colectiva corriendo detrás
de un balón. Luego llegó la FIFA que engloba más asociaciones que países miembros
de la ONU. En 1973 Jaggermeister puso el último clavo patrocinando la camiseta del Eintracht
Braunschweig.
El mundo incivilizado y convulso
de hoy convirtió al deporte en negocio y el “Panem et circenses” deleita una
sociedad insaciable de efímeros próceres o indignos traidores de la patria.
El fútbol formateado a producto busca
generar mucho en poco tiempo, no entiende de procesos ni cualidades, mientras
entretenga a las masas sedientas todo es valido. El aficionado un desnutrido
intelectual asume con gusto el papel de consumidor y juzga con el pulgar la
“vida o la muerte” de un simple futbolista.
En el fútbol belicista de hoy el
nacionalismo pasa por un balón y el patrioterismo confunde a aficionados,
futbolistas y medios. El fútbol siempre exageró la vida y la FIFA exageró al
fútbol.
La afición ante sus frustraciones
cotidianas encuentra en terreno fértil el sitio ideal donde desatar sus
sentimientos más primarios, y polarizan sin mínimo análisis a vencederos y
perdedores a partir de un resultado concreto, como si la vida misma solo
tuviera fracasados y exitosos.
En el peor de los escenarios imbéciles
emocionales (Jorge Valdano, 2014) toman las calles, tribunas y
bares transformando un espectáculo lúdico en batallas campales entre
barrios, ciudades o países, y así demostrar que son mejores guerreros que los
once soldados que los representaron en el césped.
La confusión también empapa a los
futbolistas quienes al convertirse en millonarios precoces (Marcelo Bielsa, 2011) pierden sentido de
la realidad y se convierten aparentemente en mejores personas que médicos,
bomberos o maestros por patear un balón con pertinencia.
Cuando son elegidos para defender
la bandera se colocan sus armaduras Nike o Adidas, para con fervor y lágrimas
en los ojos, entonar el himno nacional y alistarse soberbios para combatir por un
territorio o la libertad de su nación.
Luego llegan los medios que
parten del sentido pecuniario de grupos de interés, son jueces y parte,
ponderan el análisis de lo
extracancha, se aprovechan de la histeria de la grada y espectacularizan un
fútbol trastornado lleno de celebridades convirtiéndose en el monitor de
banales conductas colectivas.
Las oligarquías del negocio pensaron con arrogancia que
podían mantener concentrado el poder que se liberó en
sociedades sobreinformadas, multiculturales e interconectadas. Con la debilidad
de las instituciones las audiencias confusas señalan a pibes de 25 años como
inocentes o culpables de la suerte de un país.
Lionel Andrés Messi Cuccitini quien como adolescente expatriado se inyectaba las piernas para
intentar llegar a los 160 centímetros, termina hoy siendo el blanco de crisis
institucionales, complejos contextos económicos e irracionales ataques
colectivos por fallar un penal en el negocio llamado fútbol.
Otros adinerados, soberbios y
desorientados futbolistas encuentran en la vorágine del lucro espacios para
dejar de competir a conveniencia. Como si un policía pudiera elegir entre
trabajar un día y otro no. O como si un médico a mitad de una compleja
operación pudiera desistir y "dejarse perder por siete goles".
Los principios de identidad de
una colectividad ayudan a su sentido de pertenencia. La identificación común causa afinidades, sin embargo
cuando sus percepciones están contaminadas y mal entendidas son como una
enfermedad que se extiende hasta la endemia.
Cuando el principio fundamental era
una apología heroica para las multitudes con matices metafóricos sobre un gran
logro deportivo, estos se reconocen con admiración, Islandia o
Leicester son ejemplos recientes de ello. Hoy la exigencia en la sociedad
reinventa discursos propios y los refleja sinsentido en 90 minutos con nulo o precario juicio.
Los mensajes que surgen de
diarios, revistas y programas alimentan en su gran mayoría una pasión desbocada
y ficticia. La fascinación por el talento antes conmovía, hoy se admira solo el
éxito, que además alude solo al gran ganador y omite al resto, incluso finalistas o esfuerzos de progreso
monumentales.