La mayoría son aprendidos durante la formación académica, en otros casos
los jóvenes profesionales los van adquiriendo a nivel empírico o tras los
consejos de los expertos. Recientemente nos enteramos que la persona que
sustrajo los bienes del Jugador Más Valioso del último Super Bowl es un miembro
de la prensa mexicana.
De inmediato los golpes de pecho de nuestra crítica y sensible sociedad, se
abochornó con los hechos y prepararon la hoguera pública. Después uno o dos
medios soltaron la bomba conceptual “el reporfan”. Poniendo en la misma bolsa a
dicho delincuente, porque es un ladrón un bandido, y a los reporteros-fanáticos que aman su
profesión.
Vivimos en un mundo donde muy pocos tienen la suerte de ejercer su actividad
donde los demás buscan diversión. Donde la pasión se convierte en motor de la
creatividad y la emoción es el detonante de las crónicas más memorables. No
podemos exigir a un periodista deportivo separarse de sus placeres más
inherentes.
Esas enciclopedias de datos e información que escuchamos en algunos medios
son fanáticos del deporte, porque no hay otra manera de conocer tanto que
implicarse en ello, sin pasar horas mirándolo y años estudiándolo. Y en esta
profesión como en cualquier otra, son esos conocimientos los que le dan un salto
cualitativo a un texto, una fotografía o una transmisión.
O aquél relato maradoniano de Victor Hugo Morales no fue hecha por un
fanático o Guy Talese no amaba el boxeo para lograr transmitir su pasión en sus
textos. Califiquemos entonces como ladrón al sujeto y no le pongamos etiquetas
nefastas. Porque sus códigos no existen y haría lo mismo si cubriera la fuente
política y lo invitaran a la Casa Blanca.
El periodismo en general y el deportivo en particular viven una crisis y como
toda actividad son un reflejo de la sociedad en que se desarrollan. Hoy es más
criticado un reportero fanático que cubre su fuente, que una exparticipante de
concurso de belleza que pasa la puerta de un set de televisión y mágicamente se
transforma en periodista.
Se levantan juicios de valor sobre los reporteros fanáticos y se juzga poco
al exdeportista que es incapaz de transmitir una idea y articular dos
enunciados con sentido frente a un micrófono. Si bien su experiencia es
fundamental para ayudarnos a entender contextos, están lejos de ser
comunicadores.
Por eso los Valdano, Latorre y Gómez-Junco son valorados en un mundo de “Payasistas
deportivos” y “Periodistas depordivos”. Porque su pluma y elocuencia es mejor
que la de supuestos profesionales de la comunicación y a la que adhieren la
experiencia en el campo, concentraciones y vestidores.
Esos reporteros sin seguidores y sin nombre que hoy se critican, son presa
de plagio por las exmodelos que el sistema impone y que un día hartas de ser interpeladas
(con razón) e insultadas (sin sentido), conciben una ONG para luchar contra la
violencia de genero. Cuando a cuadro o en tinta derrochan sexualidad y exhiben
una enorme falta de conocimientos.
Abanderados del “periodismo gonzo” donde el portador de la historia se
convierte en parte de ella, cuando la esencia del periodista es escuchar sobre
el hablar y leer sobre el escribir. La información es un derecho no un
espectáculo. Y son los periodistas y reporteros con su pasión los que lo logran.
Hoy es innecesario pasar años en la facultad de periodismo o comunicación si
se accede a los medios con la carrera de derecho bajo el brazo en el mejor de
los casos, porque también se consigue tras un concurso de belleza ¿A usted le
gustaría ser operado por un ingeniero o que su dentista fuera arquitecto? Se
requiere un grado de especialización para ser un profesional.
No se puede distinguir entre profesionalismo y ética son conceptos homogéneos,
distingamos entonces ¿qué le hace más daño al periodismo deportivo? un reportero
con pasión o la espectacularización del deporte. Distingamos entonces entre delincuentes
y reporteros fanáticos. Distingamos entonces entre profesionales y
protagonistas. Distingamos entonces porque no todos los gatos son pardos.