Retomemos el último proceso mundialista casi catastrófico con cuatro entrenadores en los últimos seis partidos. José Manuel de la Torre, Luis Fernando Tena, Víctor Manuel Vucetich y Miguel Herrera. El último de ellos pese a no llegar al quinto partido dejó una buena imagen en Brasil 2014. Parecía encaminado al nuevo proceso mundialista, sin embargo su temperamento lo llevó a golpear (o intentar golpear) a un relator crítico de su labor y entonces fue despedido. Incluso tras el escándalo un grupo de directivos dentro la Federación Mexicana de Fútbol apoyaban su permanencia, dividían culpabilidades con el cronista.
Una prensa vilipendiada en un país donde es más peligroso denunciar un delito que cometerlo. Más allá de los vicios propios de la "nueva" prensa deportiva más cercana al espectáculo que a la información, el gremio lastimosamente se ha dividido entre porristas y detractores de la selección. No existen matices, si la crítica es argumentada y constructiva se toma igual que la peor verborragia. Estás con ellos o en su contra.
Este "viceralismo" puede esperarse de los aficionados porque son más pasionales y menos analíticos, pero cuando directivos, jugadores y cuerpo técnico califican a todos de amigos o enemigos los ecosistemas se contaminan dramáticamente.
La credibilidad de la Federación Mexicana de Fútbol viene en decadencia con cada entrenador que llega y los procesos que en teoría deberían tener estabilidad considerando el nivel del área donde se compite y la cantidad de plazas en disputa por cada eliminatoria jugada, son tortuosos.
México además, es la única selección que juega como local en dos países y en términos marquetineros su mercado alterno es mayor en potencial en cuanto a su poder adquisitivo y fidelidad de plaza. Su peso histórico en la zona la hace participar únicamente de las fases finales en los clasificatorios. Ningún equipo juega tanto y tan seguido como la selección de México y aún así no encuentra la estabilidad que aparentaría ser sencillo encontrar bajo este contexto. Por si fuera poco se cuenta además con recursos de patrocinadores serios, infraestructura de primer orden y una liga atractiva, pero todo esto no parece suficiente para tener un ambiente laboral óptimo.
Las decisiones desde la cúpula se vuelven pecunarias, no se concede tiempo al trabajo, no se desarrollan los talentos, se cortan procesos y se pierden generaciones enteras. Julio Gómez, Balón de oro en el sub-17 que México levantó por segunda ocasión en el 2011, ha portado seis camisetas en 4 años y juega en el ascenso de su país cuando las figuras uruguayas y alemanas que enfrentó en el certamen ya juegan en Europa con contratos millonarios. Del equipo sub-23 que ganó los JJOO de Londres en 2012 se mantienen (y cuestionados) seis jugadores en el plantel de la Copa Confederaciones (sin contar a Oribe Peralta quien jugó como refuerzo).
Lo que México ha obtenido en prestigio internacional se ha conseguido trabajando con la materia prima local jugadores y técnicos, con el puntual aporte de brillantes extranjeros. Pese a ello hoy los dueños del fútbol mexicano prefieren abrir hasta 9 los puestos a foráneos en la liga y se busca fuera del país cualquier elemento sin un nivel diferencial con el del potencial mercado local, se ficha cantidad y no calidad en la mayoría de los casos. Equipos con grandes recursos como Tigres, Monterrey o Cruz Azul derrochan fortunas cada seis meses y algunos adquieren derechos de juveniles extranjeros para incluirlos en sus registros de categorías inferiores para que en un futuro no ocupen una de las 9 plazas. ¿No sería ideal copiar el modelo de jugador franquicia de la MLS en vez de traer a probarse a decenas de sudamericanos cada temporada?
El Club Pachuca que recientemente trabaja mejor las fuerzas básicas es el modelo más próximo a culminar procesos con sus futbolistas desde las categorías infantiles, aún así están lejos de los semilleros sudamericanos y europeos.
Si bien el modelo económico actual ha traído beneficio al espectáculo de la liga, cada vez son menos los jugadores jóvenes consolidados en los equipos de primera división. Y los seleccionadores nacionales que nunca han tenido una vasta cantidad de elementos para formar cuadros altamente competitivos ahora incluso sufren para detectar jugadores en posiciones tan fundamentales como la de un delantero centro.
México durante las últimas ediciones de Copa América (salvo la Centenario) tuvo que enviar selectivos alternativos para competir en el mejor torneo al que se tenía acceso después de una Copa del Mundo por "compromisos comerciales" con la Concacaf. Los mismos motivos hicieron desdeñar este año la Copa Libertadores, el torneo más prestigioso de clubes después de la Liga de Campeones de la UEFA. "El calendario se empalma con el nuestro (Liga y Copa) y las condiciones no son equitativas". Justificó Enrique Bonilla, presidente de la Liga MX.
El presente y futuro de generaciones se está comprometiendo cada que llega una evaluación contra equipos extranjeros (Libertadores, Copa del Mundo, Copa América o Mundial de Clubes). Tras la década de los noventa se ganó un prestigio a base de trabajo y poco a poco quedaron atrás las abultadas derrotas cada que los equipos mexicanos salían a competir. Hoy estás derrotas escandalosas regresan y los titiriteros del fútbol siguen pregonando "accidentes del fútbol" y justificando el inerte resultadismo cuando los números se tienen a favor.
No es normal que una selección juegue más de 20 partidos en una temporada, tampoco que se tengan que formar dos cuadros para el mismo verano, pero si llegara a ser necesario deberían existir protocolos sustentados en una estructura como recién ocurrió con Alemania. Tampoco es normal que los clubes jueguen cada fin de semana con dos futbolistas mexicanos y se busquen justificantes como la Ley Bosman. Mucho menos es común la multipropiedad o que las decisiones se tomen desde un despacho en una televisora. La prensa no es el enemigo por más que en sus filas existan porristas, divas y reventadores. Para los que crean que esta genera un ambiente nocivo para el trabajo de jugadores y cuerpo técnico deberían de viajar un poco y conocer como se vive el fútbol en Argentina, Brasil, Turquía o el Reino Unido. El jugador mexicano comienza a sentirse incómodo cuando es llamado a su selección porque apenas se sabe exigido.
La realidad es que México no está dentro de los mejores 10 equipos del mundo, pero tampoco por debajo del lugar 20. No hay nada nuevo en el fútbol las fórmulas están sobre la mesa:
- Se apuesta al talento de jugadores excepcionales y se les pone por encima de todo, ojo primero hay que desarrollarlos.
- Se puede crear una estructura a largo plazo que con coherencia y evolución fundamente un equipo y su forma de juego.
- Se puede operar exitosamente con el trabajo de un director técnico al que se le entregue control absoluto de la selección: logística, planeación y cancha. Desde el más mínimo detalle y se debe apostar fielmente por su continuidad. Son tres formulas probadas con las que México se topó en Rusia 2017. Difícilmente se puede corregir algo a un año del mundial, menos aún con las tradicionales incoherencias de la Femexfut. Lo óptimo (no lo ideal) es continuar con Juan Carlos Osorio hasta Rusia y dejarlo trabajar con lo que sabe y dispone, que siga justificando su estilo donde las formas no importan (presume dos derrotas oficiales, un 7-0 y un 4-1) y a esperar que cuando llegue el cuarto o el esperado quinto partido (por casualidad), no les hagan otra inolvidable goleada por seguir improvisando.
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