4/23/2013

"El Mole"




Adolfo es un maestro universitario extravagante, fuera de esquemas y arquetipos. De esos que te comen la oreja y te hacen devorar páginas con soltar bibliografías. Te inmiscuye en discusiones silogistas incesantes que exceden aulas y terminan en bares.

Implora por asertividad, alienta el pragmátismo, valora la implicación y la distancia como esencia de opinión. Distingue el insulto del argumento a partir del respeto, califica con un ceño y se pasa la asistencia por los huevos.

Es la primera vez que en tres años vi entrar "oyentes" a una clase en mi pusilánime universidad. La materia es lo de menos, la gente lo viene a escuchar y con suerte aprehender. Zambo, gafapasta y la misma mezclilla de siempre.

 El tipo es elocuente en clase y ecuánime ante el juicio, parece improvisar sus sesiones, ocasionalmente consulta y escribe en su librito de bolsillo. Su dialéctica engancha, seduce, deleita los oídos más exigentes y amortigua ideas en las mentes aletargadas.

No parece mayor que cualquier otro en el salón pero al hablarnos desparrama experiencia y describe una trayectoria académica cosmopolita. Hoy luce particularmente aciago y distante.

Matías y yo nos hemos instruido de sus lecciones hasta en el billar de la esquina, incluso alguna vez pagamos una apuesta futbolera que terminó con inasistencias el lunes. 

Con la ingenuidad del alumno cómplice que se siente amigo preguntamos porqué tan mamón. Tajante respuesta "Hoy no estés chingando Mati". Igual detectó la honesta intención o solo que fuimos los primeros en preguntar pero reculó y nos invitó a su casa la noche siguiente.

Vivía literalmente en una troje purépecha. La desmontó cerca de Patzcuaro y la armó con precisión en la carretera federal a Cuernavaca, según explicó. El lugar era reflejo de su actitud: diseño sustentable, energía renovable, captación de lluvia, horno de leña, hortalizas orgánicas, cultivo hidropónico, etcétera.

Una vez dentro el lugar era todavía más acogedor me parecía un chalet suizo, aunque tampoco conozco ninguno. Sobre los gruesos tablones hábilmente unidos por ensamble y cuatrapeo sin un solo amarre, lucían incontables crucifijos de todas formas y materiales.

La reunión empezó sin muchos invitados a todos nos presentó como sus "kohai". Se hablaba igual inglés, francés que italiano. Después de cenar comida libanesa en el exterior se encendió una fogata, todo mientras el vino y los mosquitos hacían estragos.

Cuando la noche se hizo larga indagamos sobre las creencias religiosas de Alberto por aquello de las cruces, Alberto movió la cabeza y nos preguntó si queríamos un trago indeleble al paladar y destapó lo mejor de su cava.

Antes que empezaran a despedirse los asistentes, confesó que la reunión se fraguó para anunciar el embarazo de su novia quien no dudo en enseñar una barriga notablemente plana para una cuatromesina.

Los que se iban se quedaron y los que se resistían a la embriaguez decidieron ceder un poco como un mero gesto convencional. Era una fiesta exquisita pese a lo exhibido de nuestras personalidades se charlaba de nada y se coincidía en todo. La noche siguió, la futura madre entró por una frazada y nunca volvió. El resto huía por la terquedad de Alberto para continuar.

Con el fuego extinto al final quedamos el anfitrión, Matías y yo. La realidad es que ya habíamos aceptado el hospedaje y una visita a Tres Marías para contrarrestar la resaca matutina. Dentro de la casa insistimos con el mal rollo que ese fervoroso decorado levantaba.

De inmediato se levantó, se perdió en la cocina y volvió con una cajita tallada nada desdeñable. De ahí sacó un cultivo de hidroponia y una pipa peruana. Ante la efectividad del artefacto difícilmente podría narrar lo que pasó la siguiente hora.

Aún así recuerdo las cargadas constantes de Matías con el tema de las cruces, contó hasta cuarenta solo en su camino al baño. Jodimos a Alberto hasta que medio huraño interrumpió: "Les voy a decir cabrones solo porque ya tengo medio hijo y ustedes son sus niñeras".

La respuesta biológica involuntaria al comentario fue vasta, Matías casi se orinó de la risa y yo con trabajo contenía la propia, la pipa inca era verdaderamente magnífica.

Nací en Nueva Italia cerca de Apatzingán (de ahí el apellido genovés) pero me acuerdo poco y nada. Mi padre no me reconoció y una madre soltera y joven está jodida en provincia sin el apoyo de su familia.

Nuestra risa comenzó a menguar conforme siguió el relato. Mi madre dejó el pueblo con una mano delante y otra atrás y obvio un chamaco a cuestas. Llegamos a Morelia y apenas lográbamos subsistir, dormíamos en el atrio de una parroquia.

No pasó mucho tiempo para que el cura nos descubriera "era un hijo de puta" interrumpió, nos dejó quedarnos con él en la casa cural muy cerca de la iglesia. Se lo iba a cobrar tarde o temprano.

Ya no esbozábamos sonrisa alguna y escuchábamos atentos. Él fue el primero que se la folló, esa misma noche le regaló un crucifijo y le dijo que con eso dios la perdonaría por sus pecados. Con el tiempo fue él también quien la recomendaba entre sus feligreses.

Cada vez que mi madre regresaba tarde al otro día íbamos a comprar un crucifijo al mercado. Con el tiempo era yo quien los compraba cuando mi madre se tenía que quedar a cuidar a mi nuevo hermano, hijo del cura o igual de cualquier otro.

Nunca volvimos a tener hambre, nos cambiamos de casa, estudiamos hasta ahí hasta el bachillerato, jamás nos faltó nada. Mi mamá nos llevó con nuestra primera puta, yo no tenía ni 15, mi hermano más chico. Ella decía que si en casa del panadero hay pan, pues que aprovecháramos, sonrío. 

Para entonces no quedaba rastro alguno de borrachera, teníamos el pedo en las suelas. Matías no levantaba la mirada y yo me rascaba incómodo la cabeza, no podía articular palabra. 

Yo me vine a la capital para estudiar la carrera, continuó, mi hermano me alcanzó un par de años más tarde. Cuando lo recibí en la terminal no necesitamos ni hablarlo, borramos con una mirada cómplice nuestro pasado.

En el fondo la vergüenza nos corroía y terminamos distanciando las visitas a Morelia de meses a años. Luego conseguí una beca y dejé el país, sin sentir motivos para volver pasé seis años fuera. Un día recibí una llamada mi hermano dijo que mi madre murió.

Regresé y fuimos juntos su casa, hicimos lo que cualquiera hubiera hecho con el mínimo respeto posible, vendimos la casa al primero que ofertó y lo único que trajimos fueron sus cruces, las dividimos y prometí no volver avergonzarme de ella. 

"Mi mamá era puta y tengo una cruz por cada palo que se aventó". Las palabras taladraron mi cabeza y recorrieron mi espina, entendí el significado del silencio incómodo. Mientras recorría con la mirada derredor. Podía escuchar el motor del refri y los grillos. El zapato de Matías rechinaba la duela.  

Alberto explotó súbitamente en carcajadas fueron inevitablemente contagiosas: "A mi hermano le digo 'El mole', articulaba con esfuerzo mientras trataba de recuperar el aliento del júbilo, porque...jajajaja... porque está hecho de varios chiles".


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