5/28/2013

Región cuatro




El conformismo destruye, la aceptación de la realidad como destino y no como un desafío limita, además coarta la imaginación de  escenarios alternativos de un futuro que se espera como penitencia inevitable.

Los mexicanos en general somos audiencia de gestas increíbles que el deporte aporta, admiramos con envidia desde la televisión  triunfos que parecen gloriosos, incluso participamos de festejos ajenos que tratamos de apropiar buscando justificaciones insulsas.

El partido de fútbol del domingo por la noche no solo rescata en particular al americanismo de su escarnio mordaz y cíclico. Rescata en general al fútbol mexicano y hace propia y tangible una historia digna de celebración.

A cuenta gotas el fútbol mexicano puede presumir triunfos de alto calibre que le den credibilidad y cotización internacional. Para terminar pronto solo una medalla dorada y un par de títulos infantiles. A nivel de clubes es todavía más arduo presumir de algo.

Minutos de desorden táctico, fe, iniciativa, apoyo mutuo y extrema resistencia física... en resumen intrepidez y cojones, avalan un triunfo épico que de no haberse conseguido así generaría especulaciones. 

El onceavo título azulcrema no da pie a nada, americanistas y antiamericanistas admiraron el desarrollo del partido y más allá de los colores, el campeonato redime la esencia de un deporte pisoteado por el lucro del negocio.

El protagonista no podía ser otro, tenía que ser el polarizado América, el que no da espacio para grises. El único capaz de convencer al más reacio con sus galones e historia a cuestas. Dicen que la diferencia entre ser y parecer es la duración de la pose.

El antagonista era ideal como si fuese un guión cinematográfico el destino había puesto a un rival histórico que buscaba sacudirse su propio paludismo. Solo los buenos rivales engrandecen, pobres de los equipos que nadie ama, odia o llora.

Los clásicos viven de momentos y los momentos son jugadas, goles nombres y errores que deciden campeonatos. Con el ímpetu que caracteriza a los bárbaros, América se lanzó al frente cuando ya no tenía un solo argumento futbolístico para seguir ofendiendo.

Después llegaron dos goles descomunales (en lo anímico), nada exquisitos, sin delicadeza, sin estética pero lograron lo que días antes guardadas las distancias geográficas y de calidades no pudieron hacer Real Madrid, Barcelona y Dortmund. 

Hay que empezar enamorándose de las diferencias porque las cosas en común duran poco y copiadas menos. Se suele desechar con juicios de valor sin argumentos la legitimidad de ser campeón en México con la simplicidad de señalar el código postal.

Hoy Benítez, Perea o Basanta hablan mejor del fútbol mexicano y su competitividad que la mayoría de aficionados que se siguen disfrazando de azulgranas o merengues. Todos ellos responden con calidad y orgullo su lugar de procedencia en cada convocatoria.

"A México van todos y se regresan todos... con plata pero sin ganar nada" dijo Ricardo La Volpe hace algunos años cuando le cuestionaron los medios su llegada al timón de Boca Juniors.

Pep Guardiola ha reconocido en diversas ocasiones que aprendió en a "salir de novios" desde el fondo en nuestro país y que la calidad de los zagueros no está vinculada con su físico.

Beenhakker, Cappa, Bielsa, Menotti, Milutinovic hasta Sven-Göran Eriksson aprendieron lo complicado que es el velipendiado fútbol mexicano, aún así reconocen en cualquier meridiano su competitividad que muchos aquí ven con desgano por su implicación y distancia.

En nuestra cotidiana urgencia donde se pondera lo económico a lo deportivo y la primera necesidad es sobrevivir entre televisoras, la multipropiedad y el sistema de (in)competencia, partidos como la final del domingo dan oxígeno puro y verosimilitud al deporte. 

Un deporte que en México cuenta con más vicios que virtudes y que en tres minutos, dos tiempos extras y ocho penales ganó más credibilidad que con todos los protocolos y mercadotecnia que maquillan la nueva Liga MX.

Abracemos entonces el triunfo americanista no como un título más, sino como la revitalización de un futuro mejor para el balompié azteca que nos ilusione como con las fábulas europeas pero siempre en región cuatro.

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